Esplín Tropical

Las bestias heridas

Hernán Ronsino

Fragmentos de un mundo destrozado atraviesan los cuentos del chileno Juan Pablo Roncone en Hermano ciervo.

La escritura de Juan Pablo Roncone se construye sobre parpadeos brutales, sobre trágicas iluminaciones de la vida privada. Nació en Árica en 1982, pertenece a una nueva camada de autores chilenos -junto con Diego Zúñiga, Matías Celedón o Benjamin Labatut- que trabajan por un lado, con una narración fragmentaria. Y, por otro, con la exploración de los mundos íntimos. Entre la poesía -tan potente como tradición en Chile- y la narrativa de Bolaño, estos autores surfean alumbrando, en general, el terreno de la vida cotidiana: viajes, trabajos, relaciones amorosas, imposibilidades familiares.

En los cuentos de Hermano ciervo, primer libro de Roncone, estos temas cotidianos aparecen fracturados por la tragedia -el suicidio, el accidente- que ronda, una y otra vez, organizando la trama. Se narra desde los pedazos de un mundo que ha sido destrozado. El fragmento, pareciera, es la única forma de aproximarse y comprender una totalidad perdida. Son historias que van y vienen en el tiempo: «dispersas y fragmentarias, como suelen ser las buenas y verdaderas historias», dice un personaje en La muerte de Raimundo. La narración roza, así, una zona velada. La figura del padre en Gansos o el hijo en El hijo del peluquero pueden ser ejemplos de esta idea. Figuras familiares o cercanas, que, ahora, se vuelven enigmáticas. Porque la muerte los transforma. Como dice Joseph Roth: «están muuertos, es decir, inaccesibles». Por lo tanto, la única manera de conocerlos es acercándose, infiltrándose en sus alrededores. Es rondar, como un intruso, el vacío dejado por el otro. Sólo quedan los restos.

Sobre la imposibilidad

En ese sentido, los mejores cuentos de Roncone se montan estructuralmente sobre esa imposibilidad. Y, al narrar los suburbios, la totalidad perdida, se aproximan al modelo cartesiano. El efecto que permanece, el efecto Roncone, podríamos decir, está, entonces, en la potencia luminosa del parpadeo. Y no en la búsqueda por la sorpresa o la oclusión. La conmovedora escena final del cuento que le da título al libro es una muestra del buen manejo que tiene el autor para la creación de climas imborrables: el micro en movimiento, el cuerpo del amante del hermano suicida perdiéndose en la ciudad, la cara del hermano dispersa en la cara de la gente.

Universos salvajes

Por otro lados, la relación condensada en el título entre la figura de la hermandad y la figura animal aparece como superposición de universos. Canguros, ciervos, gansos que se mezclan con un padre ausente y moribundo; con un amigo herido en el pie. El imaginario animal y el imaginario íntimos se tocan, se entrelazan. Y en la medida que se sale al mundo, a la naturaleza; en la medida que se sale de cacería, el narrador más se aproxima a los secretos que sostienen el mundo familiar. El elemento político, por lo tanto, aparece aquí como un intento de reflexionar sobre los vínculos interpersonales antes que como un modo de denuncia o crítica sobre el funcionamiento de un sistema injusto. Esa no es la intención de Roncone. Y allí, da la impresión, parece haber una marca generacional. 

O de época. Es decir, una literatura del fragmento que, a su vez, se retira, explora, el ámbito privado, fundamentalmente, como unidad celular. La familia, entonces, es una bestia que ronda herida, desquiciada. Al acecho. Pero a diferencia de la oscuridad donosiana se impone en Roncone, finalmente, un resplandor lejano. La posibilidad de alguna forma de redención.

Fuente: Revista Ñ